martes, 10 de septiembre de 2013

El laberinto


Hace cinco años, o seis - creo que he perdido la cuenta- salí de aquel lugar para no volver más. Las brujas pirujas que vivían en la casita de chocolate  se deshicieron de mi como de un trapo sucio.  Aborrezco aletear sobre los malos recuerdos, extender mis alas chamuscadas sobre el tiempo perdido, sobre la sombra alargada y gris de lo que alguien calificó fracaso. Entonces - diréis- ¿por qué vuelvo? ¿acaso me gusta revolcarme. en los malos recuerdos como los cerdos en el fango? ¿Es posible que no sea capaz de dar un sonoro carpetazo a mi propio relato? No es nada de eso o quizás es todo eso. Pero os voy a relatar lo que sucedió luego, donde el pasado y la vida se alían en extraña simbiosis para intentar desandar lo andado, aunque nunca sea posible. 
Dos días después de salir de aquel inhóspito paraje para no volver jamás, me desperté a medianoche. Era octubre, ya no hacía tanto calor, pero yo no podía dormir. Abrí los ojos con dificultad. Lo cierto es que los tenía hinchados de tanto llorar y se habían convertido en una delgada línea rodeada de pobres pestañas. Dí una patada a la sabana y observé con preocupación que en la habitación no estaba el gato. Miré hacia la ventana por la que debía haber entrado la luz de la noche y comprobé con terror que tampoco había ventana. Me senté en la cama y comencé a hiperventilar. Si no veía la luz de la ventana era que me había quedado ciega de un día para otro. O quizás, en el mejor de los casos, todo era una  estúpida pesadilla. Sabía, por experiencia, que el stress es un arma de destrucción íntima y masiva porque acaba con todos tus sentimientos, pero deja a salvo tus resentimientos Respiré hondo, intentando controlar la situación, pero no pude. Mi habitación había desaparecido como perro flaco en la niebla. Cerca de mi había una sombra. La toqué y sentí que me pinchaba. Era un arbusto, un arbusto que no olía a nada, que brillaba como jade a la insultante luz de la luna llena. Estaba dormida o perdida o, más posible, el dolor me había vuelto loca, loca como una puta cabra. 
Me volví a dormir agotada, agarrada como una bestia a una rama frondosa de boj. Y soñé que en algún momento de aquel último día, alguien -sólo alguien- me tendía una mano mientras mis manos se agarrotaban en una convulsión que sólo logró calmar un valium que algún ángel drogodependiente llevaba en el bolso. 
Cuando desperté, el sol estaba alto en un cielo limitado. Miré a mi alrededor. Un camino de tierra entre altos matojos se extendía ante mí como la única salida. Lo seguí. Al cabo de unos metros, el camino se bifurcaba en otros seis y así fue sucediendo durante cientos de metros. Al final, lo asumí. No estaba loca ni dormida. Estaba perdida, perdida en un enorme y siniestro laberinto.
Al principio fue horrible. Vagaba como un espectro por senderos apartados intentando encontrar a alguien que fijara sus ojos en los míos. Me preguntaba: ¿Cómo puede continuar la vida fuera del laberinto? ¿Acaso nadie se ha dado cuenta de mi ausencia? Si alguien se dio cuenta, no le importó demasiado. El silencio se hizo mi aliado. Me cansé de buscar entre las ramas, de husmear una esperanza entre las sendas que parecían reír a carcajadas, cerrándome y abriéndome el paso a cada tanto.
Muchas lunas y muchos soles después, encontré personas- e incluso gatos- vagando por el laberinto. Hablaba con ellos sin palabras. Caminaba junto a ellos. Comencé a pensar que aquello no era tan malo, que algunas miradas se habían cruzado con la mía, que alguna u otra sonrisa se había dibujado en rostros ajenos, otrora desconocidos, anónimos. La costumbre cayó sobre mi piel como una segunda piel. El entorno dejó de amenazarme y por las rendijas de mi inquietud comenzó a colarse una brisa fresca, mañanera, que secó las lágrimas de mi mirada y me obligó a ver más allá.
Hoy, después de cinco o seis años, vivo en el laberinto. A veces no es fácil. A veces es difícil. He conocido a otros, pero ya no vagamos como espectros perdidos sino como brillantes duendes. La risa ha vuelto a aflorar a mi rostro mientras aprendo a escribir entre líneas, con reglones torcidos o cabeza abajo. Es posible que nunca encuentre la salida de este espeso acertijo de caminos, pero ya no me importa. Todo lo que me interesa está aquí adentro. Y lo que quedó fuera, está lejos, difuminado en la remenbranza, perdido en un tiempo que si fue, ya no merece la pena.
Porque a veces el laberinto es el único camino. 

10 comentarios:

  1. Tenéis un blog muy entretenido, da gusto pasear por aquí. Hasta pronto, Rocío

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Rocío. La verdad es que este blog tiene de todo y perseveramos en él. Gracias por tu visita.

      Eliminar
  2. Quizá un día te despiertes y ya no esté el laberinto delante, y tal vez ni siguiera te acuerdes que alguna vez estuviste perdida o adaptada, viviendo en él.

    No olvides que resolver laberintos es una oportunidad para desarrollar nuestra inteligencia.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Gemelas. estoy tan a gusto en el laberinto y desde luego te aseguro que por nada volvería a la casa de las brujas pirujas.

      Eliminar
  3. Surrealista relato, casi Daliniano...
    Interesante reflexión la de ver el laberinto como el único camino.
    Plantea la vida como la ininterrumpida búsqueda de una salida. A veces, es verdad, salir es lo único importante.
    Un abrazo Amparo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Emilio. A veces el laberinto es un buen lugar para vivir. Al menos aquí dentro no te encuentran las malvadas brujas pirujas. Si no podemos salir del laberinto, pues nos quedamos en él. Así de sencillo.

      Eliminar
  4. Traumático shock te llevó a descubrir que vivimos en un permanente laberinto, primero vamos de la mano de nuestros padres y de repente nos vemos solos, porque queremos ir solos, creyendo que sabemos donde está la salida y lo controlamos todo. La madurez, generalmente, nos llena de dudas razonables o no.

    Nos encontraremos en el laberinto compartiendo algún destino.

    Besos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mar. vivo en ese extrañó laberinto desde que perdí el trabajo. Me pregunto cómo llegué al laberinto y ahora ya me siento bien en él, en esa incertidumbre que te deja no ver el camino que queda por recorrer.

      Eliminar
  5. El otro día llegué, leí tu relato y pensé que tenía que volver más despacio. He vuelto y releo y me gusta el cuento, sobre todo porque consigues dominar el desconcierto y el miedo, adaptarte al nuevo espacio y finalmente encontrarte feliz en él. Tomo nota, por si un día me encuentro perdida en un laberinto ¿o ya lo estoy?

    Besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Jara. No sé si tengo muchas virtudes, pero una de ellas es sin duda mi capacidad de adaptación. Por eso ahora vivo feliz en mi laberinto de incertidumbres y dudas. Y como soy una gata, tengo algo muy claro: he de sacar a mi camada adelante, caiga quien caiga. Gracias por tu comentario.

      Eliminar