Soy la Pequeña, la gata de Amparo, y ya sé que escribo tarde, pero es que han pasado cosas. Mi ama, la muy torpe, se ha roto el pie, bueno el tobillo. Dice que dio un paso en falso y allá que se fue, rodando sobre el asfalto. Yo, la verdad, es que no lo entiendo, pero si ella lo dice... Los gatos nos caemos de un sexto piso y, como mucho, nos aturullamos un poco, pero los humanos dan un traspiés y se rompen. Bueno, a lo que íbamos. Aprovechando esta fatal circunstancia, hoy escribo yo, que ya iba siendo hora. Os voy a contar algo que sucedió este verano, en ese pequeño pueblo donde nunca llueve.
Estoy indignada y asombrada. ¿Por qué? ahora os lo digo y seguro que me vais a entender. Estoy tan moscagata ¿o es mosqueada? porque he sabido que hay por ahí quien aún se pregunta si los gatos tenemos memoria. ¿Memoria dicen? Más que muchos humanos que a veces ni siquiera saben dónde han dejado las llaves o han aparcado su megatransportín.
Y ahora os cuento algo que ha pasado este verano. ¿Os acordáis de Pantera, aquel gatazo negro, enorme, brillante, de ojos amarillos que entró en la casa del pueblo el verano pasado? Pues ha vuelto. Entró con paso tranquilo y la seguridad de que iba a ser bien recibido, Mi dueña le dijo "Hola Pantera" y él se acercó ronroneando y haciendo topetes con su gran cabeza negra. Yo - la verdad-, gruñí como una fiera porque no quiero problemas. Si Pantera invadía nuestro territorio, Tito, mi pareja, se tendría que enfrentar con él, cosa que me alarmaba bastante porque Pantera le saca una cabeza y media, y no exagero.
Pero no llegó la sangre al río. Después de unos cuantos bufidos, aullidos y algún encontronazo cuerpo a cuerpo, los dos acabaron compartiendo el suelo de porcelanosa de la gran entrada de la casa del pueblo. La verdad es que Pantera, a pesar de su aspecto feroz, es un gatazo tierno y ronroneador que siempre está buscando caricias y comida. Aún así, y para que no pensara que por ser hembra soy débil, cada vez que pasaba por mi lado, le daba un gran bufido para que tuviera muy claro de quien es la casa.
A lo que íbamos. Pantera volvió después de un año y no se equivocó de puerta, y es que, le pese a quien le pese, los gatos tenemos mucha memoria, más memoria que los canisperros y más útil que la memoria de los humanos (espero que mi dueña no lea esto).
Los gatos tenemos gran capacidad de aprender a través de mirar y vivir (creo que a eso le llaman observación y experiencia). Los gatos podemos recordar perfectamente la cara y la voz de quien nos trata bien y de quien nos da una patada en todo el morro. Además. -aprended humanos-, los mininos tenemos lo que vosotros dais en llamar una memoria útil, o sea, que sólo recordamos lo que realmente sirve para algo: nuestra comida favorita, dónde está el arenero y cuáles son los lugares más soleados y agradables. Desde luego, también sabemos volver a casa aunque el camino no sea el más sencillo y, por supuesto, recordamos a las personas o a otros animales que hemos conocido y sabemos perfectamente hasta dónde podemos llegar con cada uno de ellos.
Se que ahora los niños juegan con maquinitas planas a las que no dejan de mirar. Creo que se llaman tabletas, como las de chocolate, pero ¿qué se creen que han inventado? La tabletilla esa, que de apellido creo que se llama IPAD, tiene 60 gigabytes para almacenar pensamientos y otras cosas, pero mi cerebro gatuno tiene unos 91.000 gatobytes, capaces de almacenar todo lo que me interesa: dónde se toma mejor el sol, quien te acaricia con más cariño, quien te pegó la patada o quien se atrevió a estirarte de la cola mientras dormías la siesta.
Por eso Pantera volvió a casa y reconoció a todos, incluso a mí y, afortunadamente para él, supo mantener las distancias porque aunque no lo parezca, cuando quiero soy una gata muy, muy fiera.
Y un poco dulce.